“En una fiesta, charlando con un amigo me contó que los últimos meses había vivido una situación complicada con su pareja. 

Su pareja estaba muy atareada con mil cosas, mil cursos, un máster…  y él estaba agotado por tantos esfuerzos extras que le requería la situación. 

Todo por ayudarla.

Cocina. Friega platos. Barre. Lavadoras. Saca el perro. Lleva al niño a taekwondo. Respira. Tranquilizate. Compra. Paga el seguro. Saca el polvo. La basura. Trabaja. Llama a tu suegra…

Entonces, mientras me explicaba todo esto, yo me dije… “Ahora es la tuya.” Y empecé a reflejar.

“Lo que intentas decirme es que estás totalmente agotado y desbordado con la situación…” (Utilizando el reflejo de reiteración)

Y él me dijo: “No, no. No es exactamente eso. Es que…”

Parecía que no me hablaba a mi, si no que hablara consigo mismo, con sus propias contradicciones.

Pensé: “¡Guau! ¿Qué está pasando aquí? Qué interesante, estaba siendo espectadora de su diálogo interno”.

Con cada reflejo que yo le hacía se iba animando más:

“…Veo que estos meses han supuesto un gran esfuerzo para ti pero a la vez se te ve orgulloso de lo que has conseguido…” (Reflejo de sentimiento)

La experiencia fue una pasada y al final lo más chulo fue, que a la mañana siguiente su pareja me djio:

“No se que ha pasado pero Juan ayer me dijo que estaba super orgulloso de mi y una serie de cosas que no me había dicho nunca…”

Y yo me quede… “No, no puede ser… algo ha pasado aqui.”

Me pareció mágico.

A ella le brillaban los ojos. 

Era como si Juan se hubiera entendido a sí mismo y encontró la fuerza para sincerarse con ella.

Como que simplemente aquello… aquella conversación conmigo… le había ayudado a poner sobre la mesa sus sentimientos (agradables y desagradables) y a entenderse.

En ese momento me sentí como parte de una cadena.